martes, abril 23, 2024

La inflamación de la próstata, una afección frecuente en hombres jóvenes

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A la inflamación de próstata se le conoce como prostatitis y es una afección muy molesta que ocasiona dificultad al orinar y, en muchas ocasiones, va acompañada de dolor en la zona pélvica o en los genitales. 

¿A qué se debe la inflamación de la próstata?
La causa más común de la próstata inflamada es una bacteria que ingresa en el organismo a través de la uretra y se aloja en dicha glándula. Para tratarlo existen antibióticos que eliminan la bacteria causante y hacen desaparecer los síntomas.

No obstante, el origen de la próstata inflamada no es siempre bacteriano. Por tanto, la inflamación se trata, en este caso, de una señal de alarma y un síntoma de otras patologías.

En definitiva, el origen de la prostatitis dependerá, principalmente, del tipo de inflamación experimentado por el paciente. Por lo general, las causas que originan la sintomatología de inflamación de la próstata se clasifican del siguiente modo: 

  • Obstrucción: originada por el estrechamiento del conducto de la uretra y del cuello de la vejiga.
  • Autoinmunidad: provocada por una respuesta del sistema inmunitario causada por bacterias o por la propia orina.
  • Anomalía del flujo intraductal: originada porque se filtra parte de la orina al interior de la próstata.
  • Desviación venosa: causada por una variación irregular del retorno venoso. Por ejemplo, por varicocele o hemorroides.
  • Infección: originada por la invasión de gérmenes por medio de la uretra. También puede producirse a través de la sangre.


Según afirma la doctora Esther García Rojo, uróloga experta en próstata, Uro-Oncología y Cirugía Reconstructiva y Andrología, “la prostatitis puede afectar a varones de cualquier edad, pero es más habitual a partir de los 35 años.”

La prostatitis se suele dividir en cuatro tipos: bacteriana aguda, bacteriana crónica (pueden durar meses o volverse recurrente), crónica abacteriana, inflamatoria asintomática.


Según la duración y el curso de la inflamación prostática, los síntomas pueden ser diferentes:


Alteraciones urinarias: dificultad para orinar (disuria), aumento de la urgencia y la frecuencia miccional, retención de orina y micción dolorosa.

Alteraciones sexuales: eyaculado doloroso, sangre en el semen (hemospermia), merma del deseo sexual.

Además de los trastornos miccionales y sexuales, es habitual la presencia de molestia perineal que puede transmitirse a la zona del pubis, escroto, pene, región lumbosacra y cara interna de los muslos.

Hábitos preventivos


Identificar el origen de la inflamación prostática es fundamental para tratarla adecuadamente. Por supuesto, la principal medida preventiva es acudir periódicamente a la clínica de urología para someterse a las revisiones pertinentes.

Además, se pueden seguir otras prácticas preventivas para evitar este tipo de alteraciones en la próstata como, por ejemplo, evitar el consumo excesivo de alcohol, café, té y tabaco, puesto que son agentes irritantes del tracto urinario.

La hidratación también juega un papel clave, puesto que, aunque esta afección ocasiona frecuentemente urgencia miccional, se debe seguir una hidratación adecuada en todo momento.

En cuanto a los hábitos alimenticios, debemos limitar el consumo de hidratos de carbono, azúcares y carnes rojas, dado que avivan los procesos inflamatorios. Por otro lado, hemos de incluir verduras, pescado azul y frutos secos en la dieta, ya que contienen nutrientes que previenen la inflamación (omega 3, licopeno, flavonoides, betacarotenos…).

Asimismo, el sedentarismo y el sobrepeso son factores de riesgo a la hora de padecer enfermedades relacionadas con la próstata.Tratamiento de la inflamación crónica

El tratamiento de la prostatitis crónica ha de efectuarse de manera individualizada y supervisada por un especialista. No hay hay una terapia única para la prostatitis crónica, por lo que el tratamiento ha de ser multimodal a través de diferentes alternativas terapéuticas, con el propósito de elegir la más apropiada para cada caso.

Algunas de las opciones son conservadoras y no requieren fármacos (fisioterapia, acupuntura, termoterapia, estimulación del nervio tibial…), mientras que otras son farmacológicas (terapia antibiótica, antiinflamatorios, antibloqueantes, filoterapia, inhibidores de la 5-alfa-reductasa…).

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